Francisco Morales Zepeda
Alumno de la Maestría de Estudios de Estados Unidos y Canadá
Universidad Autónoma de Sinaloa
La construcción de la identidad para México y Canadá significó en el siglo XX, el reconocimiento de las distintas culturas que han conformado sus mosaicos nacionales, para que este reconocimiento llegara, bajo la idea de plenos derechos, ha debido primero generarse un desgaste de las ideas que sostuvieron al concepto de Estado-Nación en los siglo XIX y XX.
En el siglo XIX se concebía a las naciones como una unidad estable con un territorio y una lengua, que bajo la idea imperante del liberalismo económico debía basar su crecimiento en el comercio que asegurara la unidad nacional bajo la homogeneidad de las instituciones del Estado-Nación y para la protección de la libre empresa.
Para la primera mitad siglo XX el concepto de Estado-Nación fue alterado por la crisis estructural del capitalismo. Como solución a esta crisis (1929), se planteó un modelo de Estado-Nación interventor basando la fortaleza del capitalismo en el impulso a la sociedad de consumo de Keynes. Con el modelo económico de Keynes se inauguró la idea de un Estado que combinara la existencia del consumo y el beneficio social de la seguridad laboral, la educación y la salud, bajo principios anticomunista, se hecho mano de toda una maquinaria publicitaria que pusiera de moda la compra a crédito y la masificación de la producción, al tiempo que se fortalece la idea de identidad nacional como una forma de protección de los mercados y una condición indivisible con la formación de la sociedad.
A mediados de la segunda mitad del siglo XX, el modelo Keynesiano sufre los embates de una realidad capitalista basada en la corporación trasnacional, ya no bastaba la adecuación de estas empresas a los aranceles nacionales, había que adecuar la nación a la empresa, para ello se erosionó el concepto de Estado-Nación, este modelo se denomina Neoliberalismo.
En el Neoliberalismo se habla nuevamente de la no intervención del estado en la economía y la libre empresa, en la explotación de los espacios públicos para el beneficio comercial y la privatización a gran escala de las empresas nacionales que comienza a mediados de los ochenta y se incrementa con la desaparición del llamado “comunismo real” de la URSS, generando con ello la acumulación de capital necesario para la expansión de los mercados.
Paralelo a este discurso y para fortalecer a este modelo, se implementó en el terreno de la confrontación de occidente frente al comunismo soviético en la década de los ochenta en Afganistán la idea de que el Estado-Nación desconoce a las culturas que lo conforman, y que sólo la libre empresa desatando estas diversidades podría, por el peso especifico de cada cultura, darle un lugar en el concierto de la “aldea global”.
De esta forma el neoliberalismo utilizó el potencial revolucionario de las culturas introduciéndolo hábilmente en la confrontación capitalista, y ahora que no tiene “enemigo” al frente vistiendo a la ideología de consumo como la cultura de “la aldea global”, en su nombre ha desatado guerras y justifica la desigualdad social, y bajo el pretexto de la defensa de esta cultura que promueve el disfrute individual de los espacios sociales, que exacerba el consumo y en los hechos es contraría a cualquier otra forma de cultura, es como el paradigma neoliberal esgrime su erosión de la concepción de Estado-Nación desconociendo su papel como espacio del pacto social de lo pueblos tanto en el comunismo como en el capitalismo, de hecho, en el discurso se coloca como la ideología de la no ideología, la ideología del consumo.
El amo de los espejos: La ideología de consumo
El consumo generada como una estrategia de recuperación del capitalismo en el siglo XX bajo la teoría de Keynes y aplicada por Roosvelt en el programa Norteamericano denominado New Deal, aseguro no solo la recuperación sino la reedición de la expansión capitalista.
La ideología de consumo reeditada por el capitalismo Neoliberal ha transitado del marco de presentación de los objetos de consumo a fin del consumo como objeto, la publicidad en nuestros días, se rige por la estandarización de los criterios y pautas de conducta social, para Jean Baudrillard: “La publicidad constituye, en bloque un mundo inútil, inesencial. Una connotación pura. No se encuentra presente en absoluto en la producción y en la práctica directa de las cosas, y sin embargo tiene cabida íntegramente en el sistema de los objetos, no sólo porque trata del consumo sino porque se convierte en objeto de consumo. Hay que distinguir esta doble determinación: es discurso acerca del objeto y objeto ella misma. Y en su calidad de discurso inútil, inesencial, se vuelve consumible como objeto cultural”[1].
A través de la ideología de consumo la publicidad se relaciona con los niveles sociales y la capacidad de consumo de marcas y etiquetas que se convierten en una medida de los estándares de vida de las personas, “En el marco de la sociedad de consumo, la noción de status, como criterio de determinación del ser social, tiende cada vez más a simplificarse y a coincidir con el standing”.[2]
El consumo nos refiere un mundo idílico, en donde el consumidor, que ya no el ser humano, no tiene que moverse de casa para recibir los placeres del consumo, en donde toda la producción esta guiada para su satisfacción, desmantelando la noción de colectividad de la sociedad y la influencia de las culturas regionales.
“El precio que paga el pueblo por los “éxitos” del capitalismo ocurre con la disolución de las asociaciones humanas, la pérdida de la solidaridad, la indiferencia entre personas, la violencia, la soledad... y una sensación de perdida de función y propósito”[3].
La ideología de consumo es un fenómeno que refleja el sentido de la sociedad capitalista actual, promociona estereotipos, que suplen necesidades, definiciones estéticas con criterios homogéneos, que niegan en todo momento la interacción de las culturas, al ser principio de la apertura en la mercados de consumo la estandarización de las necesidades por lo cual la ideología de consumo juega el papel de un amo de los espejos, quien contrarío a lo que se pensara, no refleja la imagen de la sociedad, sino de los consorcios comerciales que controlan estos estereotipos y que han forjado un estructura cultural, que homogénea las necesidades sociales.
Esta realidad nos coloca ante una encrucijada, la construcción de la identidad en nuestros países como una forma de defensa de los mercados de consumo o la identidad como un escenario en donde interactúan las culturas que conforman a nuestras naciones, en donde la memoria juega un papel fundamental ante la agresión cultural que significa la ideología de consumo.
“El recuerdo colectivo es fundamental para la integridad e identidad de una comunidad. No es sólo que “quien controla el pasado controla el futuro”, sino que quien controla el pasado controla quienes somos”[4]
Para acercarnos al concepto de cultura
Pero, ¿cuál es el juego que la ideología de consumo da a las culturas en el libre mercado?, ¿qué consecuencias cotidianas conlleva a nuestras realidades nacionales y al futuro cultural de nuestros pueblos? ¿Qué consecuencias tiene en la construcción de nuestra identidad?.
Para dar respuesta a estas preguntas debemos evocar el papel que juega la cultura en la conformación de la identidad de los pueblos y la importancia que tiene el Estado-Nación en la conformación de las mismas o mejor dicho, cómo el Estado-Nación debe adecuarse a la existencia de las culturas.
La cultura, estudiada de forma reveladora por la psicología en voz de L. S. Vygotsky[5] a principios del siglo XX, la ha destacado como el escenario donde se definen el desarrollo de la conciencia y con ella la evolución humana, de ahí la importancia que reviste el preservar a las culturas como base de nuestro perpetuidad como especie humana y la construcción de nuestra identidad.
A partir de los estudios de Vygotsky, Jerome Bruner llega a una definición de cultura que comparto, “La cultura da forma a la mente, que nos aporta la caja de herramientas a través de la cual constituimos no solo nuestros mundos sino nuestras propias concepciones de nosotros mismos y nuestro poder” [6]
De esta forma podemos entender el impacto que tiene la cultura en la conformación de la identidad nacional y con ella la necesidad de que el Estado-Nación en crisis retome el rumbo no solo el reconocimiento multicultural de los pueblos, también el papel que juegan en la dirección del propio Estado-Nación.
La construcción de la Identidad
¿Qué tienen en común sociedades como la canadiense y la mexicana?, ¿En qué punto convergen?, podríamos responder que a partir del tratado de libre comercio en América del Norte (TLC), estas dos naciones son socios comerciales y a su vez vecinos de los Estados Unidos, es verdad, e incluso, en el momento actual añadirían algunos que tienen un reto frente al terrorismo, estas respuestas se sitúan en el plano de la relaciones económicas, y las preguntas siguen en pie.
Canadá y México, para continuar con la respuesta a las preguntas del párrafo anterior, tienen en común y convergen en un reto en el siglo que recién nos convoca, la construcción de la identidad, identidad que para ambas naciones significa la aceptación multicultural de nuestros pueblos, cuyo eje de encuentro no puede ser únicamente las agresiones de los Estados Unidos en el siglo XIX.
En el caso de México en el siglo XX el argumento totalizador de la tradición liberal que en el siglo XIX forjó “Lo Mexicano” ha comenzado a fragmentarse bajo, la propuesta del movimiento indígena en la ultima década del siglo pasado guiada por la exigencia de reconocimiento cultural y de autonomía, fragmentación que representa la caída de una identidad nacional basada en la unípolaridad del mestizaje, forjada con la conquista y las visiones de Estado-Nación aunado a la intervención Norteamericana de 1845, fortalecida con el estado benefactor y negada por el disfrute individual del mercado en el neoliberalismo.
La resistencia a esta realidad de mercado ha significado en el siglo XXI para las culturas indígenas mexicanas la exigencia de la aprobación de la Ley indígena, cuya aceptación resultó en una “Ley” que mantiene a las naciones indígenas fuera de los espacios de decisión de la estructura de gobierno, por ello el proceso de paz en Chiapas está estancado nuevamente.
Para los Canadienses, como nación que se han enfrentado a un realidad forjada en su origen de colonia de posición francesa y británica, constituyen lo que han denominado una contradicción en el siglo XVIII y XIX, pues al darse estatus de cultura diferente a Québec con los acuerdos de anexión a Inglaterra tras la guerra de siete años que perdería Francia, se definía explícitamente una realidad bicultural en esta colonia Inglesa y su permanencia por las condiciones posteriores, con la Revolución Norteamericana de independencia y con ello el convertirse en el territorio de lo que hoy es Canadá en asilo de quienes se mantuvieron de lado de la corona inglesa.
Aun así, Canadá es una realidad multicultural reciente, a pesar que la incorporación de las “Naciones Primeras” (Indígenas) a la legislación tiene sus antecedentes que datan de 1763 con la proclama real que definió las relaciones entre los pueblos aborígenes y los no aborígenes y donde se definían como entidades políticas autónomas bajo la protección de la Corona y posteriormente el sistema de reservas y el acta indígena de 1876 con la cual se deterioraron la autoridad de los gobiernos tribales. Es hasta 1982, con el British North America Act documento base para la constitución canadiense, donde se da la autonomía provincial basada en la diversidad regional; se logró por las naciones primeras el reconocimiento de sus derechos al ser incluidos como un tercer nivel de gobierno y con ello el reconocimiento multicultural.
Estas formas de reconocimiento multicultural comenzaron a exigirse en los Estados Unidos a mediados del siglo XX con la legislación antirracista y de derechos del voto negro, pero en este país a diferencia de Canadá, las naciones indígenas no se han incorporado como nivel de gobierno de ese país, se mantienen en reservas, bajo el impacto permanente de la ideología de consumo, fundamento esencial del modo de producción capitalista.
Podemos destacar que a finales del siglo pasado, la reivindicación racial compenetrada en los movimientos culturales que representan a los pueblos, han impactado en la construcción de la identidad de México y Canadá, modificando el significado que sostiene a este concepto, para dar una opción a las culturas que primero el liberalismo y posteriormente la globalización neoliberal, desconocen en aras de la hegemonía de la ideología de consumo.
Conclusión
En la cultura continuará impactando el concepto de Estados-Nación, por ello ha de construirse una identidad que reconozca nuestra condición de naciones multiculturales y una legislación que permita la interacción equilibrada en las responsabilidades y obligaciones entre estas culturas como una condición necesaria para avanzar.
Esta realidad multicultural y por tanto multinacional podrá ser una sorpresa para quienes conciben a la nación como un escenario exclusivo de los bloque comerciales de consumo, observando la realidad a través de la mira de la ideología de consumo y con ella una identidad subordinada a la estandarización capitalista, pero esta definición no satisface la construcción de una identidad para nuestros países, nuestra identidad no puede partir de la negación de las constelaciones culturales que forman nuestro universo social.
Culiacán, Sin, México a 3 de octubre de 2001
Bibliografía
[1] Baudrillar Jean (1985). El sistema de los objetos, Editorial Siglo XXI: México. p. 186
[2] Op Cit. p. 219
[3] Schiller I. Herbert (1993). Cultura S.A, la apropiación corporativa de la expresión publica , UdG, México, p. 47
[4] Middlenton, David (1989). Memoria Compartida, Editorial Paidos: España, p.
[5] Vygotsky, S.L (1979). El desarrollo de los Procesos Psicológicos Superiores Ed. Crítica: México
6 Bruner, Jerome, Educación puerta de la cultura, Editorial Visor, España, 1997
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