Con la idea de llevar desarrollo de las sociedades más avanzadas a las menos avanzadas, los pueblos del mundo han sido medidos bajo los preceptos de “occidente”. Así tenemos que, en las reuniones de la Organización Mundial de Comercio, celebradas en los primeros años del siglo XXI, el impulso al desarrollo se ha presentado, por las economías del grupo de los siete (G7) como un conjunto de “buenas intenciones”, que parten de la idea de incorporar a las economías de los países subdesarrollados a la economía mundo (Mattelart, 2002); es decir, al mercado y al modelo de mercado occidental, considerando que el desarrollo es sinónimo del grado de occidentalización de los países.
Sin embargo, el modelo de desarrollo planteado desde las instituciones internacionales (FMI, BM, ONU, etc.) ha transitado desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI de un planteamiento tutelar basado en “llevar desarrollo a las sociedades” a un modelo de responsabilidad y participación en la colaboración internacional. Postura en la que subyacen planteamientos de tipo económico antes que social y cultural.
Encontramos en el modelo neoliberal, incluso la tentativa de modificar de manera definitiva del lenguaje económico el concepto de países subdesarrollados por el de países en vías de desarrollo. Un elemento maniqueo que busca olvidar que el origen del subdesarrollo como tal no se encuentra en las conferencias de las Naciones Unidas en 1945, cuando los países de Europa “buscaban ansiosamente la consecución de factores dinámicos que condujeran a la construcción de un orden mundial superior” (Losada, 1969). El subdesarrollo como condición de dependencia y atraso es en gran medida consecuencia de la debilidad de los estados nacionales para regir con independencia los lineamientos de su desarrollo, una condición de debilidad institucional que es propia de los estados poscoloniales.
El modelo neoliberal de cooperación internacional implementado por los organismos financieros internacionales en la década de 1980 bajo la idea de “un nuevo orden económico internacional” (Wassily, 1977) a comenzado a retroceder en sus posturas de apertura comercial sin restricciones, sobre todo, a partir de la última década del siglo pasado con las continuas crisis económicas. Una de las más dramáticas consecuencias de la privatización a ultranza ha sido la crisis Argentina, colofón de los distintos efectos económicos que la presidieron y que inundaron al mundo financiero con nombres folklóricos como: el efecto “Tequila”; “Zamba”; “Dragón” y “Vodka”[1]. Demostrando una tendencia al fracaso en la aplicación del modelo neoliberal para el desarrollo.
En este punto, es preciso hacer una reflexión con respecto al concepto de desarrollo que ha persistido en occidente desde la primera revolución industria y el surgimiento de las llamadas economías subdesarrolladas tras la Segunda Guerra Mundial. Las sociedades altamente industrializadas, en las cuales el impulso de la los cambios institucionales ha ido aparejado con las revoluciones industriales cuentan con una “imagen” del progreso, que implica una continúa transformación de las relaciones de producción, mismo que se ha insistido en trasladar a los países “con carencias de estructuras para la explotación racional de sus recursos”. (Oscar Lange, 1974)
Para atajar el estudio del desarrollo en las sociedades poscoloniales se han establecido modelos que se basan en los aspectos económicos que determina incremento de los medios de explotación y comercialización de los recursos naturales (Dualismo Económico, Centro-Periferia, Planificación del Desarrollo), sin considerar la condición multidimencional e histórica del desarrollo. Sin embargo, hay que decir a favor de estos planteamientos, que en el momento de ser diseñados, el pensamiento científico no contaba con las herramientas de análisis con las que hoy se cuenta.
Desde mi punto de vista, el desencanto por el tema del “desarrollo económico” en las ciencias sociales es producto de una perspectiva unidireccional en la que históricamente se ha proyectado el avance de las economías nacionales, sin tomar en cuenta las condiciones multidimensionales que lleva a aparejada la historia del desarrollo de las sociedades. De ahí que considere que para abordar el desarrollo desde un planteamiento multidisciplinar, se hace necesaria la conformación, no sólo de una metodología que permita obtener con objetividad los datos empíricos para su medición, además, y de una forma que considero más importante, es necesario establecer un marco teórico para emprender la tarea de analizar el desarrollo como un objeto complejo del conocimiento, es decir, al desarrollo lo podemos “caracterizar” en el contexto de un campo de conocimiento, un espacio en el que confluyen varios objetos de estudio de distintas las ciencias sociales (economía, sociología, psicología e historia) y cuya interacción permite establecer visiones teóricas del desarrollo.
El análisis del desarrollo no es posible que confluya el conjunto de los paradigmas que constituyen a las ciencias sociales, no sólo por que unos cuantos se abocan al estudio de las condiciones que permiten a las sociedades desarrollarse sino además y con mayor razón existe una “incompatibilidad” en las bases filosóficas en los que se soportan los planteamientos teóricos.
El estudio del desarrollo deberá ser abordo desde lo Interparadigmático como principio metodológico, considerando la concatenación de los aspectos sociológicos, económicos y psicológicos en el desarrollo de las sociedades. Nuestro estudio parte de considerar como categoría principal en análisis del desarrollo a las instituciones. Tomando en cuenta los aspectos históricos específicos de su desarrollo en el contexto de las políticas públicas agrícolas en México.
Todas las acepciones (económico, social, cultural y político) implicadas en los índices de desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no puede dejar de observar la temporalidad y condición espacial del desarrollo. Son los aspectos espacial y temporal del desarrollo de los pueblos, los que se encuentran en el origen de una permanente toma decisiones por parte de las instituciones de los estados, cuyos gobiernos deben establecer políticas públicas que se mejoren las condiciones de vida de su población en los estados nacionales y sus territorios. Una decisión gubernamental errónea trae consecuencias negativas en la población y un atraso considerable con respecto a otros conglomerados humanos.
La importancia de la toma de decisiones, para la política de desarrollo en las sociedades modernas, tiene su origen en la segunda mitad del siglo XX con la conformación de los estados nacionales, que emergieron tras la Segunda Guerra Mundial. Es en esa fecha que se establecieron los límites instituciones al mercado internacional, y al mismo tiempo el modelo de estado moderno surge de la pugna ideológica entre el modelo capitalista y socialista. Un estado intervencionista, que se orienta por el control del mercado y la imposición de medidas restrictivas al comercio internacional. Modelo de estado que decaería a finales de los 70’s del siglo XX.
Con la crisis económica de 1970, la llegada al poder de gobiernos conservadores en Inglaterra y Estados Unidos en 1980, el estado que se desarrolla a partir de esa fecha en el mundo occidental cuenta con una orientación hacia la tecnocracia (Lefébvre, 1971), impulsa el libre mercado, la restricción a la intervención del estado en materia de regulación económica y el establecimiento de acuerdos comerciales que ponderan la libre circulación de mercancías.
El surgimiento de esta pléyade de estados tecnócratas a finales del siglo XX en el mundo ha coincidido temporalmente con la Tercera Revolución-Científico Tecnológica, lo que ha fortalecido una imagen de avance en un sistema que en los hechos va en franco retroceso.
“La alianza entre industriales y sabios positivos instaura un estado inédito de gestión, orientado no ya hacia el “gobierno de los hombres” sino hacia la “administración de las cosas”. El auge de la elite técnica reduce el papel de estado a un mero “encargado de negocios”. El Advenimiento de la asociación universal de las naciones sólo puede darse con la mediación de los jefes de industria. Tales axiomas en el “sistema industrial” se anticipan casi un siglo a las primeras formulaciones del management (dirección) científico, uno de los hitos que jalona la vía de la tecnocracia.” (Mattelart, 2002)
La determinación cada vez mayor que tiene un reducido grupo de personas en el gobierno con respecto a las condiciones de vida de millones de seres humanos nos indica la importancia que tiene el hecho de que el contexto social y cultural tenga la posibilidad de garantizar permanente rotación de la pirámide de poder en esas instituciones (entorno democrático), un aspecto que es el principal obstáculo en las sociedades subdesarrolladas de América Latina.
Sin embargo, el modelo de desarrollo planteado desde las instituciones internacionales (FMI, BM, ONU, etc.) ha transitado desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI de un planteamiento tutelar basado en “llevar desarrollo a las sociedades” a un modelo de responsabilidad y participación en la colaboración internacional. Postura en la que subyacen planteamientos de tipo económico antes que social y cultural.
Encontramos en el modelo neoliberal, incluso la tentativa de modificar de manera definitiva del lenguaje económico el concepto de países subdesarrollados por el de países en vías de desarrollo. Un elemento maniqueo que busca olvidar que el origen del subdesarrollo como tal no se encuentra en las conferencias de las Naciones Unidas en 1945, cuando los países de Europa “buscaban ansiosamente la consecución de factores dinámicos que condujeran a la construcción de un orden mundial superior” (Losada, 1969). El subdesarrollo como condición de dependencia y atraso es en gran medida consecuencia de la debilidad de los estados nacionales para regir con independencia los lineamientos de su desarrollo, una condición de debilidad institucional que es propia de los estados poscoloniales.
El modelo neoliberal de cooperación internacional implementado por los organismos financieros internacionales en la década de 1980 bajo la idea de “un nuevo orden económico internacional” (Wassily, 1977) a comenzado a retroceder en sus posturas de apertura comercial sin restricciones, sobre todo, a partir de la última década del siglo pasado con las continuas crisis económicas. Una de las más dramáticas consecuencias de la privatización a ultranza ha sido la crisis Argentina, colofón de los distintos efectos económicos que la presidieron y que inundaron al mundo financiero con nombres folklóricos como: el efecto “Tequila”; “Zamba”; “Dragón” y “Vodka”[1]. Demostrando una tendencia al fracaso en la aplicación del modelo neoliberal para el desarrollo.
En este punto, es preciso hacer una reflexión con respecto al concepto de desarrollo que ha persistido en occidente desde la primera revolución industria y el surgimiento de las llamadas economías subdesarrolladas tras la Segunda Guerra Mundial. Las sociedades altamente industrializadas, en las cuales el impulso de la los cambios institucionales ha ido aparejado con las revoluciones industriales cuentan con una “imagen” del progreso, que implica una continúa transformación de las relaciones de producción, mismo que se ha insistido en trasladar a los países “con carencias de estructuras para la explotación racional de sus recursos”. (Oscar Lange, 1974)
Para atajar el estudio del desarrollo en las sociedades poscoloniales se han establecido modelos que se basan en los aspectos económicos que determina incremento de los medios de explotación y comercialización de los recursos naturales (Dualismo Económico, Centro-Periferia, Planificación del Desarrollo), sin considerar la condición multidimencional e histórica del desarrollo. Sin embargo, hay que decir a favor de estos planteamientos, que en el momento de ser diseñados, el pensamiento científico no contaba con las herramientas de análisis con las que hoy se cuenta.
Desde mi punto de vista, el desencanto por el tema del “desarrollo económico” en las ciencias sociales es producto de una perspectiva unidireccional en la que históricamente se ha proyectado el avance de las economías nacionales, sin tomar en cuenta las condiciones multidimensionales que lleva a aparejada la historia del desarrollo de las sociedades. De ahí que considere que para abordar el desarrollo desde un planteamiento multidisciplinar, se hace necesaria la conformación, no sólo de una metodología que permita obtener con objetividad los datos empíricos para su medición, además, y de una forma que considero más importante, es necesario establecer un marco teórico para emprender la tarea de analizar el desarrollo como un objeto complejo del conocimiento, es decir, al desarrollo lo podemos “caracterizar” en el contexto de un campo de conocimiento, un espacio en el que confluyen varios objetos de estudio de distintas las ciencias sociales (economía, sociología, psicología e historia) y cuya interacción permite establecer visiones teóricas del desarrollo.
El análisis del desarrollo no es posible que confluya el conjunto de los paradigmas que constituyen a las ciencias sociales, no sólo por que unos cuantos se abocan al estudio de las condiciones que permiten a las sociedades desarrollarse sino además y con mayor razón existe una “incompatibilidad” en las bases filosóficas en los que se soportan los planteamientos teóricos.
El estudio del desarrollo deberá ser abordo desde lo Interparadigmático como principio metodológico, considerando la concatenación de los aspectos sociológicos, económicos y psicológicos en el desarrollo de las sociedades. Nuestro estudio parte de considerar como categoría principal en análisis del desarrollo a las instituciones. Tomando en cuenta los aspectos históricos específicos de su desarrollo en el contexto de las políticas públicas agrícolas en México.
Todas las acepciones (económico, social, cultural y político) implicadas en los índices de desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no puede dejar de observar la temporalidad y condición espacial del desarrollo. Son los aspectos espacial y temporal del desarrollo de los pueblos, los que se encuentran en el origen de una permanente toma decisiones por parte de las instituciones de los estados, cuyos gobiernos deben establecer políticas públicas que se mejoren las condiciones de vida de su población en los estados nacionales y sus territorios. Una decisión gubernamental errónea trae consecuencias negativas en la población y un atraso considerable con respecto a otros conglomerados humanos.
La importancia de la toma de decisiones, para la política de desarrollo en las sociedades modernas, tiene su origen en la segunda mitad del siglo XX con la conformación de los estados nacionales, que emergieron tras la Segunda Guerra Mundial. Es en esa fecha que se establecieron los límites instituciones al mercado internacional, y al mismo tiempo el modelo de estado moderno surge de la pugna ideológica entre el modelo capitalista y socialista. Un estado intervencionista, que se orienta por el control del mercado y la imposición de medidas restrictivas al comercio internacional. Modelo de estado que decaería a finales de los 70’s del siglo XX.
Con la crisis económica de 1970, la llegada al poder de gobiernos conservadores en Inglaterra y Estados Unidos en 1980, el estado que se desarrolla a partir de esa fecha en el mundo occidental cuenta con una orientación hacia la tecnocracia (Lefébvre, 1971), impulsa el libre mercado, la restricción a la intervención del estado en materia de regulación económica y el establecimiento de acuerdos comerciales que ponderan la libre circulación de mercancías.
El surgimiento de esta pléyade de estados tecnócratas a finales del siglo XX en el mundo ha coincidido temporalmente con la Tercera Revolución-Científico Tecnológica, lo que ha fortalecido una imagen de avance en un sistema que en los hechos va en franco retroceso.
“La alianza entre industriales y sabios positivos instaura un estado inédito de gestión, orientado no ya hacia el “gobierno de los hombres” sino hacia la “administración de las cosas”. El auge de la elite técnica reduce el papel de estado a un mero “encargado de negocios”. El Advenimiento de la asociación universal de las naciones sólo puede darse con la mediación de los jefes de industria. Tales axiomas en el “sistema industrial” se anticipan casi un siglo a las primeras formulaciones del management (dirección) científico, uno de los hitos que jalona la vía de la tecnocracia.” (Mattelart, 2002)
La determinación cada vez mayor que tiene un reducido grupo de personas en el gobierno con respecto a las condiciones de vida de millones de seres humanos nos indica la importancia que tiene el hecho de que el contexto social y cultural tenga la posibilidad de garantizar permanente rotación de la pirámide de poder en esas instituciones (entorno democrático), un aspecto que es el principal obstáculo en las sociedades subdesarrolladas de América Latina.